Sobre las despedidas
Odio las despedidas. Sobre todo aquellas que se dan con las personas que amo. Pienso que se van para siempre. Que no volverán. Por eso hablo y digo. Para no perderlas. Para no pensar que ya no las volveré a ver. . Para no pensar que las estoy perdiendo. Que es la última vez que nos vemos.
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Odia las despedidas que se alargan. Por mi parte odio a la gente que se queda callada cuando uno se despide. Odio el silencio. El silencio a veces enriquece. A veces hiere.
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Odio las despedidas por lo que significan. Por el recordatorio de lo que nos espera. Alguna vez el adiós será definitivo. Y no habrá vuelta. Tuya o mía. De aquellas tierras lejanas no se vuelve. Odio las despedidas. Me dan miedo. Pánico. Hablar es mi herramienta contra esto
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Aquella vez tu querías recargarte en mi yo quería besarme, pero tan solo nos dijimos hasta luego dentro del auto y bajaste y corriste a la puerta de tu taller. Creo llovía. Ya sabemos, tú quedaste impregnada en mi alma. Hasta hoy…
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O será que todo se trate nada mas de arrojarse… Como aquella escena en “La princesa y el guerrero”. Arrojarse al aparente vacío con la certeza que algo nos espera. Que no todo tiene por que ser el desastre.
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Mi sueño en todo caso es llegar al día en que ya no tengamos despedidas. En que tú lugar sea dormir a mi lado en una cama tan ancha como trasatlántico. A que tu sonrisa sea lo primero que vea cada mañana y que por eso valga la pena vivir cada día
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No me gustan las despedidas cortas porque luego quedan los hubiera, los y sí, y la amplia gama de posibilidades que nos torturan segundo a segundo después de que ya no ves a esa persona que se ha ido
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También recuerdo que fuimos alguna vez a Los Colomos…
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Y aparentemente lo anterior no tiene nada que ver con las despedidas. Lo escribo porque me nació decirlo.
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Odio las despedidas. El no saber de que manera concluir las cosas. El deshilvanar el tejido de locura de estos días…
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Odio las despedidas, porque irremediablemente me llevan a pensar en ti. En tus dudas. En tus miedos. En lo que algunos de tus silencios guardan.
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Tschau
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Odia las despedidas que se alargan. Por mi parte odio a la gente que se queda callada cuando uno se despide. Odio el silencio. El silencio a veces enriquece. A veces hiere.
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Odio las despedidas por lo que significan. Por el recordatorio de lo que nos espera. Alguna vez el adiós será definitivo. Y no habrá vuelta. Tuya o mía. De aquellas tierras lejanas no se vuelve. Odio las despedidas. Me dan miedo. Pánico. Hablar es mi herramienta contra esto
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Aquella vez tu querías recargarte en mi yo quería besarme, pero tan solo nos dijimos hasta luego dentro del auto y bajaste y corriste a la puerta de tu taller. Creo llovía. Ya sabemos, tú quedaste impregnada en mi alma. Hasta hoy…
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O será que todo se trate nada mas de arrojarse… Como aquella escena en “La princesa y el guerrero”. Arrojarse al aparente vacío con la certeza que algo nos espera. Que no todo tiene por que ser el desastre.
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Mi sueño en todo caso es llegar al día en que ya no tengamos despedidas. En que tú lugar sea dormir a mi lado en una cama tan ancha como trasatlántico. A que tu sonrisa sea lo primero que vea cada mañana y que por eso valga la pena vivir cada día
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No me gustan las despedidas cortas porque luego quedan los hubiera, los y sí, y la amplia gama de posibilidades que nos torturan segundo a segundo después de que ya no ves a esa persona que se ha ido
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También recuerdo que fuimos alguna vez a Los Colomos…
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Y aparentemente lo anterior no tiene nada que ver con las despedidas. Lo escribo porque me nació decirlo.
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Odio las despedidas. El no saber de que manera concluir las cosas. El deshilvanar el tejido de locura de estos días…
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Odio las despedidas, porque irremediablemente me llevan a pensar en ti. En tus dudas. En tus miedos. En lo que algunos de tus silencios guardan.
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Tschau