La ciudad es el recuerdo (fragmento)
8
a.
También el cuerpo se acostumbra y aprende
va haciendo suyas las maneras y las formas
después sólo reposo
y tú estiras la mano en busca de una imagen
que el espejo te regala
y tú estiras la mano y sólo encuentras
un panal de abejas
el enjambre
y el aguijón del recuerdo que escribe
en la carne viva
un mensaje
Al momento de la entrega
una manada de antílopes a toda carrera
por la negra sabana
y una gacela, frágil, en sus cuatro esbeltas patas
entrecierra los ojos
Luego el silencio
la hinchazón de la mano en descenso
el pálpito en el pecho
la alucinación del ahogo
Reposar en cama con la cabeza vendada
el cuerpo vendado
Tomar el papel y escribir la primera calle
(la sangre lubricando el motor urbano)
la implosión
que destierra el tiempo a un tiempo
primordial
la explosión luminosa de una mañana nueva
pródiga en oraciones y bienaventuranza
También el cuerpo se acostumbra
a la ausencia
lentamente, a cuenta gotas,
pero en ese intervalo de tiempo
entre la última batalla de los dos
y el nuevo verse
la pesadilla no concluye:
nos encontramos sin reconocernos
y el hola que nos dirigimos
ya no es más allá de un simple hola
El cuerpo también tiene sus huellas
su historia
un fósil de tus dientes en la espalda
en los hombros las huellas de unas uñas
monumentos a la memoria
todo un archivo histórico de cartas y letras
fotografías también…
Me quito la venda de la cabeza
Ahora lo que era sangre es una herida
que me hice en uno de mis dedos
la mano enjambre
la mano panal
y el zumbido de tantas abejas
Tomo mi mano
También el cuerpo se acostumbra a las paredes
y al alcohol
Se va quedando dormido
—el zumbido incesante— se recuesta
Del mapa de caminos
multitud de páginas han sido arrancadas
la violencia y una sonrisa a mitad de la sábana
un documental de la sexualidad del pulpo
el huracán tocando tierra
y en el recinto más sagrado
el rumor de la lluvia, la cascada
El cuerpo se acostumbra a no ser más
e(é)l mismo
Apenas una representación
el recuerdo
Esta carne es lo que el otro quiere que sea:
un lecho nocturno
un río desbordado
una invisible indiferencia
La última vez que te miré desnuda
había un televisor encendido
y dragones agitando sus alas en el techo
cómo adivinar que sería la última?
¿Es esto un reflejo condicionado?
¿pensar tu voz y alzar el rostro?
No sólo el cuerpo se acostumbra
yo era tus hábitos y caprichos
He perdido ese mapa incandescente del cielo
de los pantanos terrenales
perdido estoy en el manglar oscuro
—de mi vida—
la indefinición
¿pantera negra? ¿el crepúsculo
violeta?
Ya no más viajes
También el cuerpo...
es una estatua de sal
es ciego
le queda la memoria
y algunos homenajes
los pájaros —sí los mismos que en el cielo escriben—
vienen a cagar en su cabeza
También el cuerpo se acostumbra a desprenderse
A ser inmóvil
Seguir los designios del camino a otro cuerpo
las tachaduras del cuaderno lo atestiguan
la duda es la capacidad inherente a ese cuerpo
el amor una frase en la hoja en blanco
el alma es la hoja y se acostumbra
a la blancura
aunque siempre espere
letras, tinta, tal vez una oración
más fuerte que todos los recuerdos
a.
También el cuerpo se acostumbra y aprende
va haciendo suyas las maneras y las formas
después sólo reposo
y tú estiras la mano en busca de una imagen
que el espejo te regala
y tú estiras la mano y sólo encuentras
un panal de abejas
el enjambre
y el aguijón del recuerdo que escribe
en la carne viva
un mensaje
Al momento de la entrega
una manada de antílopes a toda carrera
por la negra sabana
y una gacela, frágil, en sus cuatro esbeltas patas
entrecierra los ojos
Luego el silencio
la hinchazón de la mano en descenso
el pálpito en el pecho
la alucinación del ahogo
Reposar en cama con la cabeza vendada
el cuerpo vendado
Tomar el papel y escribir la primera calle
(la sangre lubricando el motor urbano)
la implosión
que destierra el tiempo a un tiempo
primordial
la explosión luminosa de una mañana nueva
pródiga en oraciones y bienaventuranza
También el cuerpo se acostumbra
a la ausencia
lentamente, a cuenta gotas,
pero en ese intervalo de tiempo
entre la última batalla de los dos
y el nuevo verse
la pesadilla no concluye:
nos encontramos sin reconocernos
y el hola que nos dirigimos
ya no es más allá de un simple hola
El cuerpo también tiene sus huellas
su historia
un fósil de tus dientes en la espalda
en los hombros las huellas de unas uñas
monumentos a la memoria
todo un archivo histórico de cartas y letras
fotografías también…
Me quito la venda de la cabeza
Ahora lo que era sangre es una herida
que me hice en uno de mis dedos
la mano enjambre
la mano panal
y el zumbido de tantas abejas
Tomo mi mano
También el cuerpo se acostumbra a las paredes
y al alcohol
Se va quedando dormido
—el zumbido incesante— se recuesta
Del mapa de caminos
multitud de páginas han sido arrancadas
la violencia y una sonrisa a mitad de la sábana
un documental de la sexualidad del pulpo
el huracán tocando tierra
y en el recinto más sagrado
el rumor de la lluvia, la cascada
El cuerpo se acostumbra a no ser más
e(é)l mismo
Apenas una representación
el recuerdo
Esta carne es lo que el otro quiere que sea:
un lecho nocturno
un río desbordado
una invisible indiferencia
La última vez que te miré desnuda
había un televisor encendido
y dragones agitando sus alas en el techo
cómo adivinar que sería la última?
¿Es esto un reflejo condicionado?
¿pensar tu voz y alzar el rostro?
No sólo el cuerpo se acostumbra
yo era tus hábitos y caprichos
He perdido ese mapa incandescente del cielo
de los pantanos terrenales
perdido estoy en el manglar oscuro
—de mi vida—
la indefinición
¿pantera negra? ¿el crepúsculo
violeta?
Ya no más viajes
También el cuerpo...
es una estatua de sal
es ciego
le queda la memoria
y algunos homenajes
los pájaros —sí los mismos que en el cielo escriben—
vienen a cagar en su cabeza
También el cuerpo se acostumbra a desprenderse
A ser inmóvil
Seguir los designios del camino a otro cuerpo
las tachaduras del cuaderno lo atestiguan
la duda es la capacidad inherente a ese cuerpo
el amor una frase en la hoja en blanco
el alma es la hoja y se acostumbra
a la blancura
aunque siempre espere
letras, tinta, tal vez una oración
más fuerte que todos los recuerdos
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