diciembre 21, 2004

La ciudad es el recuerdo

7

Yo sí me quedé con ganas de escuchar otras palabras
y ver al río inundar la calle
—de escuchar
el canto de procreación del pueblo nómada
Pero sólo me quedé
en una luz roja, parpadeante
Junto a mí:
un robusto árbol decadente
y bajo su sombra, el recuerdo
de ella sentada a sus pies leyendo un libro
de Emily Dickinson o Sylvia Plath

Después:
una paloma, cientos de palomas
en círculos alrededor del árbol, sobre la plaza
y las campanas de la ciudad
inaugurando una pesada gloria
—las huestes caníbales
del norte y del sur
descienden por el río en un buque invisible

Ya se percibe el gélido rostro del invierno

y hay noches que me pregunto
qué te dijeron al oído
las voces de la Dickinson o la Plath
Qué vino a susurrarte el árbol
Sólo consigo
recuperar tu imagen, tus brazos
abrazándote a ti misma
tu rostro perdido en un punto
de no sé qué horizonte
la mirada hundida en la ciudad
Quizá entonces
decidiste ser parte
de la piedra y los cimientos
Ser raíz

Y el río evaporándose
condensando en una nada
las estrías del tiempo

Volteo
alguien fuma un cigarrillo
o amarrados al hilo invisible de sus celulares otros hablan
las palomas son ahora manchas de óleo
sobre un próximo invierno

Antes del árbol o junto a él
antes incluso que las luces se encendieran
—el arrebato lírico—
siempre bajo la tutela de las aves
y su escritura
ahí estaba el carbón y la yesca
el fuego primitivo y las monedas
el zumo de la uva y del agave
y la música de fondo, brutal…

¿Fue después el árbol? ¿Fuiste acaso
tú que cerrando el libro
caminaste a los portales?
los dados en el pavimento
la suerte: tú a mi lado

Yo también quise algo en qué creer:
en el rugido del tigre, en el
agua que refresca la garganta
en el torpe vaivén de una silla
en el centro de la plaza

La luz roja parpadea
las campanas dejan de sonar
el cigarrillo se consume
las palabras abandonan
el viejo árbol pierde su majestuosidad de árbol
y sobre todo esto
la poesía, sí, pero de Dickinson y Plath

Acaso tú