agosto 29, 2004

Auster, la última y nos vamos

Abrumado, mejor dicho sitiado por las preocupaciones de todo ser humano contemporáneo: la soledad existencial, el arduo trabajo poco remunerado, los sueños materiales, el acoso persistente del pasado, el miedo a dejar fluir los sentimientos… dejo que sean otros los que hablen por mi esta noche… el cuaderno de notas rebosa de ellas, pero esos textos permanecerán ahí un buen rato aún…

La soledad y el amor…

I
A principios de 1981 (el 23 de febrero, para ser exacto, me resulta imposible olvidar esa fecha), conocí a Siri Hustvedt, la mujer con la que estoy casado ahora. Fue amor a primera vista y desde entonces ' nada ha vuelto a ser lo mismo. Durante los últimos nueve años, ella ha significado todo para mí, absolutamente todo...
De modo que cuando empecé a escribir La ciudad de cristal, mi vida había sufrido un cambio dramático. Estaba enamorado de una mujer extraordinaria, vivíamos juntos en un nuevo apartamento, mi mundo interior se había transformado completamente. En cierto sentido, pienso en La ciudad de cristal como en un homenaje a Siri, como una carta de amor en forma de novela. Intentaba imaginarme qué habría sido de mí si no la hubiera conocido, y surgió la idea de Quinn. Tal vez mi vida hubiera sido sido similar a la de él...

II
«Soledad» es un término bastante complejo para mí, no un simple sinónimo de ostracismo o aislamiento. Casi todo el mundo piensa en la soledad como en una idea sombría, pero yo no le confiero ninguna connotación negativa. Es simplemente un hecho, una de las condiciones del ser humano, e incluso si estamos rodeados de otros, en el fondo vivimos nuestra vida solos: la verdadera vida tiene lugar en nuestro interior. Después de todo, no somos perros y no actuamos guiados por instintos y hábitos; somos capaces de pensar, como lo hacemos, y estamos siempre en dos sitios distintos al mismo tiempo. Incluso en los momentos de pasión física, los pensamientos irrumpen en nuestras mentes. En el climax de una relación sexual, una persona puede estar pensando en una carta sin responder, en la mesa del comedor, en una calle extranjera donde estuvo veinte años antes o en cualquier otra cosa...
Todo se reduce al viejo problema de mente-cuerpo, Descartes, solipsismo, la idea del yo y el otro, todas las viejas cuestiones filosóficas. En definitiva, sabemos quiénes somos porque podemos pensar en ello. Nuestro sentido del yo está formado por el pulso de la conciencia en nuestro interior, el inacabable monólogo, las conversaciones que mantenemos con nosotros mismos y que duran toda la vida. Y todo esto sucede en la más absoluta soledad. Es imposible saber lo que está pensando otro; sólo podemos ver su exterior: los ojos, la cara, el cuerpo. Pero no podemos ver los pensamientos del otro, ¿verdad? No podemos oírlos ni tocarlos; son absolutamente inaccesibles para nosotros.
El neurólogo Oliver Sacks ha hecho varias observaciones interesantes sobre este tema. Él dice que cada persona con una identidad coherente está narrándose a sí misma la historia de su vida todo el tiempo, siguiendo el hilo de su propia historia. En las personas con lesiones cerebrales, por el contrario, este hilo se ha cortado, y una vez que eso ocurre uno pierde el control inevitablemente. Pero hay algo más. Vivimos solos, sí, pero al mismo tiempo somos como somos porque hemos sido creados por otros. No me refiero sólo al aspecto biológico —madres y padres, nuestro origen en el útero y todo eso—, sino al aspecto psicológico, a la formación de la personalidad humana. El niño que mama del pecho de su madre alza la vista y ve que ella lo mira, y a partir de la experiencia de ser visto, comienza a comprender que es un ser independiente de su madre, que es una persona por derecho propio. Adquirimos nuestra idea del yo a través de este proceso. Lacan lo llama «la etapa del espejo», y me parece una forma maravillosa de expresarlo. La toma de conciencia de nuestra identidad en la edad adulta es sólo una extensión de esas experiencias tempranas. Ya no es nuestra madre la que nos mira, nos miramos a nosotros mismos; pero si podemos vernos es porque otra persona nos ha visto primero. En otras palabras, aprendemos nuestra soledad de los demás, del mismo modo que aprendemos el lenguaje de los demás.

III
Es sorprendente que no podamos comenzar a comprender nuestra relación con los demás hasta que estamos solos. Y cuanto más solo está uno, cuanto más se
hunde en la soledad, más profundamente siente esa relación. Para una persona es imposible aislarse de los demás. Por lejos que uno se encuentre en un sentido físico -aunque esté en una playa desierta o encerrado en una celda solitaria— descubre que está habitado por otros. El lenguaje, la memoria, incluso_la sensación de soledad, todos los pensamientos que se forman en nuestra mente surgen de nuestra relación con los demás.

IV
Sentí como si estuviera mirando en lo más profundo de mi ser, y lo que allí encontré fue algo más que a mí mismo, encontré al mundo.

V
Si uno está demasiado cerca de aquello sobre lo cual intenta escribir, se pierde la perspectiva y uno comienza a sofocarse.

VI
Sobre El país de las últimas cosas
Escribía durante un tiempo y luego me detenía otra vez. Esto se prolongó durante años y años. Por fin, al principio de la década de los ochenta, justo cuando estaba escribiendo la Trilogía de Nueva York (creo que fue entre el
segundo y el tercer libro) ella volvió a mí con toda su fuerza y escribí las primeras treinta o cuarenta páginas tal cual están ahora. Como aún me sentía algo inseguro, se las mostré a Siri y le pedí su opinión. Ella me dijo que aquellas páginas eran lo mejor que había hecho y que terminara el libro. Tuve que terminar el libro como un regalo para ella. «Es mi libro», dijo, y desde entonces siempre se refirió a él de ese modo.

VII
Sé que mucha gente encontró este libro muy deprimente, pero no puedo hacer nada al respecto. Yo creo que es el libro más esperanzador que he escrito. Anna Blume sobrevive, en la medida en que sobreviven sus palabras. Incluso en medio de las realidades más brutales, en las peores condiciones sociales, ella lucha por seguir siendo un ser humano, por mantener intacta su humanidad. No puedo imaginar nada más noble y valiente que eso. Es una, lucha que millones de personas han tenido que librar en nuestro tiempo, y no todos han resistido tanto como ella. Yo pienso en Anna Blume como en una verdadera heroína.

VIII
Ver el mundo en un grano de arena

IX
Creo que el mundo esta lleno de historias, que nuestras vidas están llenas de historias, pero que sólo en determinados momentos somos capaces de verlas o entenderlas.

X
Si eres capaz de contar una historia que resuene con la misma fuerza que tiene para ti, es casi como si saliera de tus sueños. Procede de un lugar tan oscuro e inaccesible que, si esta bien hecha, resonará con la misma fuerza para el lector… Al fin y al cabo, la literatura no son matemáticas. Esto no es igual a aquello, una cosa no se puede reemplazar por otra. Un libro se compone de elementos irreducibles, y yo diría que hasta tal punto que el escritor no los entiende, y gracias a eso el libro consigue ser lo que es, algo humano y no un simple ejercicio literario…

XI
En el fondo, creo que mi obra procede de una situación de intensa desesperación personal, de una manera profundamente pesimista y nihilista de ver el mundo, del hecho de que seamos mortales y efímeros, de la insuficiencia del lenguaje, de lo aislados que vivimos de los demás. Y sin embargo, al mismo tiempo, he querido expresar la belleza y extraordinaria felicidad de sentirse vivo, de respirar, la alegría de estar vivo dentro de tu propia piel. Conseguir arrancar palabras de todo esto, por insuficientes que puedan ser, es la esencia de todo lo que he hecho. Lo que quiero decir es que eso tiene importancia. Y los personajes que aparecen en mis libros luchan por cosas que les importan. Nunca he sido capaz de escribir acerca de lo que parece interesar a la mayor parte de novelistas: lo que podríamos denominar el factor sociológico, el mundo de cosas que nos rodean, el mundo de gustos y modas. Mi literatura es más simple que eso, es más profunda, es, probablemente, mucho más ingenua. Trata de vivir y morir y hallarle un sentido a lo que hacemos en este mundo. Todas las preguntas fundamentales que te haces cuando tienes quince años, intentar aceptar el hecho de que vives en este planeta, encontrar alguna razón para existir. Éstas son las preguntas que impulsan a mis personajes. De alguna manera, creo que es el elemento de mis novelas que las vincula con mi obra poética, y el motivo por el que pienso en mi obra como un todo continuo y no como dos movimientos diferenciados. Por eso a veces me cuesta considerarme novelista. Cuando leo a otros novelistas, por mucho que admire su obra, por mucho que me impresione lo que son capaces de expresar, me sorprende lo poco que tienen que ver con lo que yo intento hacer. Supongo que con el tiempo he acabado considerándome, más que un novelista, alguien que cuenta historias. Creo que las historias son el alimento básico del alma. No podemos vivir sin historias. De una manera u otra, toda persona se alimenta de ellas desde que tiene dos años hasta que muere. La gente no tiene por qué leer necesariamente novelas para satisfacer su ansia de historias. Ven la tele o leen febeos o van al cine. Les lleguen como les lleguen, estas historias son cruciales. A través de las historias luchamos por hallarle sentido al mundo. Eso es lo que me hace seguir adelante: lo que justifica que me pase la vida encerrado en una pequeña habitación, poniendo palabras sobre el papel. El mundo no se acabaría si no volviera a escribir otro libro. Pero a fin de cuentas no creo que sea una actividad completamente inútil. Formo parte de la gran empresa humana que intenta encontrar sentido a lo que hacemos en este mundo. En el proceso de escribir hay muchos momentos de desolación, muchos momentos en que te preguntas por qué lo haces y qué sentido tiene: a veces es importante recordar que no lo haces en vano. Ésta es la única cosa que he encontrado que para mí tiene sentido.