agosto 08, 2004

Sensacional de Posteos

Pues bien, heme aqui de nuevo, con mis temores, mis achaques, mis obcecaciones y mis pocas lecturas... A continuación encontrarán un largo posteo, acumulado de varios días, ideas que se fueron agregando, extractos del cuaderno de notas, apuntes al vuelo, incluso portadas de libros y fotografías...

0. Emergente y Urgente
El asunto de Parque Nandino ha crecido y a nivel nacional. Ahora resulta que Letras Libres se suma al ajusticiamineto sin FUNDAMENTO y basandose en los DICHOS del director de tal publicación, León Plascencia Ñol, contra el poeta Jorge Souza. Me parece que aquellos que se prestan a ese tipo de manipulaciones carecen de un sentido mínimo de crítica y sobre todo faltan al maás elemental acto de hablar y escribir, pensar e investigar antes de hacerlo. Creo que una cosa es un rompimiento por diferentes ideas y conceptos y otra muy diferente la agresión directa y la calumnia, contra esto último es que se escriben estas palabras. Tampoco se vale que una revista que se supone tan "crítica y pensante" como se dice ser Letras Libres solape y arrope a sus hijitos predilectos manchando el nombre de un escritor serio como lo es Souza.




1. Las fotos del fin (bueno, algunas de ellas)
Quien será esta señorita... adivinen adivinadores...

Señorita Magenta


2. Peligroso para el corazón...

Esperaba el paso del trolebús. Una joven, supongo ahora que idealizada por mi pensamiento, camina por la banqueta. Cabello rizado, alta, lentes oscuros que impiden ver el color de sus ojos. El conductor la espera. Pago mi boleto, me siento en uno de los tantos asientos desocupados y me pongo a leer mi libro de Bolaño. Algo decía de Daudet y de Swift. Ella se sienta delante de mi. Su cabello y su espalda como guiñando un ojo inexistente distraen mi lectura. Las manos desean abandonar las páginas y caer en las redes de esa Circe. Letras. Espalda. Letras. Espalda. La duda. Una de mis manos, la rebelde que nunca falta, escapa y se acomoda en el respaldo del asiento de adelante. Apenas un roce, ni siquiera un jugueteo y el eléctrico temblor del deseo. La vida es breve como breve el viaje. Cerré el libro, me levanté y antes siquiera de tocar el timbre las puertas ya abiertas dejaban ver una de tantas calles invitándome a seguir mi camino.


3. La palabra del día "Variopinto"

Para Trilce, Brita, Oscar, Humphrey y por supuesto Ruth

Me descubrí con mucha vena dicharachera, recordando sobre todo el post en el que hice refrencia a un dicho muy famoso, a partir de ahi comencé a alucinar con varias adapataciones para los bloggers.... versiones como las siguientes:

No por mucho madrugar se postea más temprano

Mas vale post en la red que cientos volando

Post que no has de leer déjalo correr


Blog que pasa por mi casa, spot de mi corazón
(leer cantadito, si`l vous plait)

Por supuesto se aceotan contribuciones...


4. Ese miedo intrínseco
Y de nuevo el temor a crecer, a envejecer, a morir. La angustia encaramada al cuello como un King Kong enfurecido. Y pensar, imaginar que poco somos como entes individuales. Tratar de visualizar cuántos seres humanos en este momento, duermen, sueñan, ríen, hacen el amor, tienen orgasmos, lloran, estan a punto de morir, de suicidarse, temen, bailan, van al cine, mandan o reciben un mensaje por celular, se saludan, leen... cuantos coinciden en la misma acción un mínimo instante... preguntas para el ocio metafísico de un domingo

5. Bolaño, sólo Bolaño

En contra de los consejos de mi buena amiga Trilce, sigo leyendo a Vila-Matas. Sin embargo, he de reconocer que no todo lo que escribe me gusta. Me parece que hay páginas de lucidez conjugadas con una extrema y fina ironía, y que como todo escritor, se ha venido decantando con cada nuevo libro.
     He dejado "El viajero más lento" junto a la cama para retomar la lectura, en descanso por varios días, de "Entre paréntesis" de Roberto Bolaño.
     Parafraseando a la Biblia y distorsionando su sentido original, yo si me alimento de toda palabra surgida de la mano de este chileno. Desde la primera frase me atrapa, me sumerge en su muy particular mundo.
Es justamente la literatura lo que permite que nuestros sentimientos se eleven a muy diversas cumbres. Cuando la manera de decir es tan fuerte que al leer pareciera que escuchamos la voz del que narra, cuando al leer reconstruimos integramente ese nuevo mundo o paralelo no podemos dejar de admirar al creador de eso. Pero que mejor explicado que por el mismo Bolaño al contarnos un cuento de Borges. Cómo lograr que las cenizas de una rosa con una sola palabra vuelvan a materializarse en rosa. Y se logra. Y entonces uno se descubre ante esoso gigantes y apenas aspira a ser una braza afímera en el cúmulo entero de la noche.
     No menospreciarnos, aceptarnos como somos. No estancarnos motivarnos a ser mejores en el camino.
Va pues el cuento de Borges en palabras de Bolaño. Eso es magia:

BORGES Y PARACELSO
Como todos los hombres, como todas las cosas vivas de la tierra, Borges es inagotable. En uno de sus libros menos conocidos, La memoria de Shakespeare (1983), un breve conjunto de cuatro cuentos, tres de ellos aparecidos con anterioridad en otras publicaciones, más uno nuevo, el que da título al volumen, el lector puede encontrar y leer o releer «La rosa de Paracelso», un texto muy sencillo, de ejecución diáfana, en donde se narra la visita que recibe Paracelso de un hombre que desea ser su discípulo. Eso es todo. El cuento, de más está decirlo, es narrado con una cierta languidez que se corresponde con la hora, la visita del desconocido se produce cuando empieza a caer la tarde y Paracelso está cansado y en la chimenea arde un fuego escaso. Luego cae la noche y Paracelso, que ha estado dormitando, escucha que alguien llama a la puerta. Entra un desconocido que desea ser su discípulo.
     Las primeras líneas del cuento son éstas: «En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo.» Y el discípulo, ya bien entrada la noche, por fin ha llegado, y le entrega a Paracelso un talego lleno de monedas de oro y una rosa. En un primer instante Paracelso cree que el discípulo lo que desea es hacerse alquimista, pero éste no tarda en aclarar el malentendido. «El oro no me interesa», dice. ¿Qué es lo que le interesa, entonces? El camino que conduce a la Piedra. A lo que Paracelso responde: «El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.»
     El desconocido afirma que está dispuesto a pasar todas las penalidades que fuera menester al lado de Paracelso, pero que antes de dar el paso definitivo necesita una prueba. Paracelso, con inquietud, no le pregunta qué prueba exige sino cuándo quiere ver esa prueba. El desconocido contesta que de inmediato. «Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán», escribe Borges. «Es fama», dice el desconocido, «que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.»
     A partir de este momento el diálogo se tiñe de discusión filosófica. Paracelso le pregunta si cree que hay alguien capaz de destruir una rosa. Nadie es incapaz, dice el aspirante a discípulo. Paracelso arguye que nada de lo que existe puede ser destruido. Todo es mortal, responde el desconocido. «Si arrojaras esta rosa a las brasas», dice Paracelso, «creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.» El desconocido se extraña de esta respuesta. Insiste en que Paracelso queme la rosa y la haga surgir de las cenizas, ya sea con alquitaras o con el Verbo. Paracelso se resiste: habla de las apariencias que inducen, tarde o temprano, a engaño, habla de la fe y de la credulidad, habla de la búsqueda. El desconocido coge la rosa y la arroja al fuego. Esta queda reducida a cenizas. El desconocido, dice Borges, «durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro». Pero Paracelso no hace nada, se queda quieto, triste, y recuerda que según la opinión de los médicos y boticarios de Basilea él es un embaucador. El desconocido cree comprender y procura no humillarlo más. Ya no le exige nada, recoge sus monedas de oro y se marcha educadamente. Pese al amor y a la admiración que siente por Paracelso, vilipendiado por todos, comprende sin embargo que tras la máscara no hay nada. Y se pregunta quién es él para juzgar y desnudar a Paracelso. Poco después se despiden. Paracelso lo acompaña hasta la puerta no sin antes decirle que siempre sería bienvenido en su casa. El desconocido promete volver. Ambos saben que nunca más volverán a verse. Ya solo, y antes de apagar las luces, Paracelso recoge la ceniza y dice una sola palabra en voz baja. Y en sus manos la rosa resurgió.