agosto 05, 2004

¿Quién dijo que al que madruga Dios lo ayuda?

Son las siete de la mañana. Llevo una hora despierto. Una hora que pude haber dormido y quizá con ello mi vida sería si no más feliz, al menos más reposada. Quizá no me estaría reprochando las cosas del pasado como lo hago ahora. Ni me arderían los ojos. Tampoco el estómago. Qué he hecho toda esta hora, se suponía que madrugaría para corregir algunos diseños: apenas si he movido algunas palabras y cambiado un par de colores. El trabajo encima y yo enredado leyendo blogs, sufriendo con males ajenos, y dandome cuenta de las sombras y claridades que van rodeando la vida de cada persona, que están ahi invisibles y de pronto saltan, como un acorde desafinado en la sinfonía personal de cada uno de nosotros.

Comprobar como se contagia el dolor, la amargura, la tristeza. ¿Cuál es el problema de la felicidad que no se transmite de igual manera?

Ayer tuvimos sesión privada para escuchar el material del Comandante Jiménez. Ruth me prestó su cámara digital para tomarle fotos en pleno performance. Cuando quizé que me las enviara, mi conexión de internet hizo la pasada de fallar y perderse hasta no se que hora. Me fui a la cama. Ahora ella duerme,y yo estoy a la espera de esas fotos para postearlas.

Ayer también leí. Fue en el bar "Mi oficina". Y estaba nervioso. Junto a mi leyó Juan Valencia. Toda una experiencia "sui generis". Nunca supe porque me puse nervioso. Quizá por la idea de que se trataba de una lectura "versus"... no me gustó que fuera en esa modalidad... la poesía no debe tratarse de una competencia salvo contra la mediocridad y los piensitos fáciles... finalmente para qué sirven la lecturas. Ninguna lectura habrá de salvar a la poesía. Leer es un acto personal y privado.

Pero para volver al principio, esta mañana me siento confuso, triste, enojado, desesperado, cansado, solo, abandonado, con frío... sí, quien demonios dijo que al que madruga Dios lo ayuda.